La mano nerviosa sujetaba fuertemente el dije, como si en ello se concentraran todas sus energías, sus plegarias, sus oraciones. Extrañas cualidades que se le asignan a los objetos, al parecer alguna vez compartido el significado. Con ello pareciese rogar por la pericia o la prudencia del conductor, que hoy quizá ya un poco tarde concluye que era miedo.
Nervioso por conocer o reconocer lo que ella mostraba, estableciendo un diálogo silencioso, que puede ser peor que una platica inexistente, no fué el caso.
Dos seres al parecer extraños, cada uno a su modo, la imposibilidad de penetrar en el otro, la falta de tacto o quizá para uno ocultarse fué lo mejor. Noche de ocultamientos compartidos, que dejaban reconocer esos destellos inocultables, las pequeñas señales difíciles de controlar, pero al momento confusas, es cierto, falto arrojo, pero se han dicho tantas cosas; quizá el tiempo siempre factor determinante. Velada de reconstrucción imposible de sucesos aislados, notas sueltas, libros olvidados y melodías discordantes. Soledades circunstanciales bajo el velo de libertad en un espacio compartido, cómo aquel postre dividido en pequeños fragmentos, degustados de forma individual y así se podría compartir la vida, tomando de ella sólo un pedazo o dos, tres y hasta mil, pero ahora sólo se ha de desear uno, el del otro. Sí, hay disponibilidad no sólo de compartirlo, sino de degustarlo junto, en el mismo instante.
Hoy el día ha de ser otro, por que sé tiene el presentimiento de que será diferente, se quiere ver el amanecer. Hagámoslo.
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