Tuve que quitar el freno y meter el acelerador más que con la intención de llegar rápido a algún destino, era el deseo de salir y dejar atrás, lo más pronto que se pudiese el lugar asfixiante, así evitar cualquier intento de regreso. Las cartas sin destinatario son peor que aquellas que pudieron quedar en el tintero de la desidia.
Las llantas lisas derrapan en el asfalto mojado de temporada de lluvias inevitablemente, ya normalizada la velocidad, prendo la radio y se anuncia tormenta, mal tiempo para salir a carretera; tarareo una canción desconocida e inexistente mientras me pregunto por qué las grandes tempestades llevan nombre de mujer.
Vuelvo a pisar el acelerador al pasar un libramiento donde se observa un choque fatal, apretujo la mano ficticia, sé que no estamos exentos ni somos inmunes; la muerte siempre trae posibilidades. Volteo y pienso que siempre es mejor viajar acompañado.
Las nubes han quedado atrás, mientras se percibe un cielo más despejado, la luz solar convierte en prismas las gotas de lluvia que permanecen en el aire, ocasionando un festín multicolor, al fin y al cabo efectos de la óptica, son estos pequeños regalos lo que me atrae de la naturaleza.
El viento sopla de forma más amistosa y la brisa contiene olores suaves un poco exitantes, de reprente, una luz cegadora atraviesa los ojos, aprieto el acelerador y suelto el volante.
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